MIS ESCRITOS




             Olas plateadas, arena,  gambas con sabor a mar, y concierto


Llegaba a Barcelona a las tres de la tarde, donde mi sobrino Daniel me esperaba para hacer realidad una sorpresa que desde hacía algunos días me guardaba: una invitación para el concierto de Russian Red en los hermosos jardines de Cap Roig en Calella de Palafrugell.
Así que tras darnos un abrazo, sin perder un minuto nos pusimos en marcha camino de esa preciosa localidad de la Costa Brava. Debo confesar que hacía tiempo que no iba por esos parajes y a mi, la proximidad del mar siempre me emociona. Soy persona de espacios abiertos e infinitos, y  amo el mar como amo el desierto. Por eso, la llegada y la contemplación de aquella hermosa vista que  a la caída de la tarde presentaba  reflejos plateados salpicados por alguna mancha de color de los bañadores y los cubos de playa de los niños que jugaban en la arena, o pescaban cangrejos por las rocas de las pequeñas calas, junto con





la compañía de Dani y la brisa fresca   que me traía el sabor al mar, el horizonte blanqueado por las  construcciones que asomaban sobre los acantilados, era algo maravilloso. ¡Lo mejor de todo el verano!.
Hicimos fotografías, nos reímos,  y nos contamos cosas con una cervecita bien fresca en una de las terrazas desde las que se divisa el mar y los barcos que plácidamente se balancean en la bahía. 




No teníamos mucho tiempo, pero aquellas horas había que aprovecharlas bien. 
Un paseo por el pueblo donde nos cruzamos con los veraneantes que indolentemente caminaban su vacación al borde de las playas, escenario de habaneras que  al atardecer suenan en un rincón del barrio antiguo, allí donde las casas de los indianos se muestran en todo su esplendor testigos de una época, nos llevó a una tavernita local típica y marinera: "Ca la Raquel". 




Mi sobrino Daniel, gran conocedor del paisaje y del paisanaje, me la recomendó como un lugar especial.
Todavía no había mucho parroquiano, debido a la hora temprana, pero si que se oía hablar francés. O sea que cuando el camarero nos vió con aspecto de indígenas, nos preguntó si íbamos al concierto. Nos dijo que nos serviría inmediatamente para que pudiéramos cenar con calma.
Y debo decir que mi muy astuto sobrino, se conoce bien el puesto, porque cuando empezaron a desfilar las viandas, se me iban los ojos ante aquellos manjares, sencillos pero preparados con exquisito mimo.
Gambas que olían a mar de forma descarada, ni qué decir tiene que repetimos ración, se acompañaban con  unas  caseras croquetas de jamón, y  una riquísima tartera de sepia guisada  con verduras . Y para no quedarnos con ganas, dos rebanadas de pan con tomate que parecían  chapelas vascas, con jamón y queso. Todo ello  amenizado con vino tinto y buena conversación. Un festín pantagruélico que había que bajar caminando por la orilla del mar, ya que todavía teníamos tiempo.
Fotos, más fotos que iban de una Black Berry a la otra, entre contraluces, sombras y ese sol que ya se ponía a nuestra espalda.



           



Se acercaba la hora del concierto y teníamos que ir a buscar el coche para dirigirnos a los jardines  popularmente llamados "Del Ruso", pero que ahora  como Cap Roig, son escenario de los conciertos de verano  a los que llegan estrellas internacionales, quienes bajo un cielo que no oscurece nunca y lleno de estrellas hacen su trabajo ante  un público elegante y distinguido que veranea en las proximidades.

Pero lo mejor faltaba por llegar ya que Dani, muy "pijo" él, había sacado una platea vip, a lo que seguía todo lo preferente del lugar, hasta el parking. Allí me sentí la Reina de la Noche, y poco faltó para que me pusiera a cantar el aria  mozartiano que tanto me gusta. 

Los jardines estaban preciosos, animados, iluminados, y  en una plazoleta al lado de la puerta del castillo,  encontramos   el bar  de cuyo catering se ocupa el famoso restaurante "El Celler de Can Roca"  en el que  unos manteles blancos ondeando al viento nocturno, a modo de capas cubrían los simples veladores de terraza, creando una atmósfera mágica y singular.


Parecía que la noche estaba hecha para mi, porque mientras Dani degustaba una fresca birra, vi pasar ante mis ojos un helado coronado con algodón de dulce, ¡mi deleite de cuando era niña y me llevaban a las ferias en las fiestas de la ciudad!. Así que sin pensármelo y animada por mi sobrino, me lancé en pos del algodón. La  simpática camarera que leyó la voracidad en mis ojos, me llenó la tarrina del dulce  algodón que trajo  a mi memoria recuerdos y sabores de infancia y me sentí feliz. También Dani estaba contento de verme disfrutar. Era su regalo, una noche especial, con todo el hechizo de las noches de verano.

Por fin nos sentamos en nuestra fantástica platea, y comenzó el espectáculo con una actuación y gran revelación por mi parte de "Bigott", un cantante que hemos descubierto que es de Zaragoza, pero con una voz y un sonido al más puro estilo rock-country americano, que arrancó con un ritmo brillante acompañado de un percusionista y una guitarrista sensacionales.  



Decidí comprar el disco al final del espectáculo, y casi me quedo sin ninguno pues cuando fuimos por él, solo quedaban vinilos.

Poco más tarde comenzó el concierto de Russian Red los protagonistas,  pero..del que puedo decir que me aburrió más que el de Bigott, ya que se trata de un grupo  conocido, con muchos seguidores, y con una cantante de bonita voz, pero mostrando una  imagen  que entre  inocente y pánfila, con toques de candidez y pretensiones de hada de los bosques, es un poco "postiza". Incluso iba coronada con cintita de brillantes, que nos hizo recordar un concurso de eurovisión de los años 70.
Bueno,  bromas a parte, tengo que decir que me gustó, pero no me emocionó. Una voz de las tantas que imitan a las cantantes anglosajonas  tipo The Corrs, creadores de ese estilo y forma de interpretar.Creo que tampoco  emocionó a Daniel, ya que comentamos que un par o tres de canciones y nos quedamos con los  "teloneros". 



El concierto finalizó, ya que todo lo bueno termina alguna vez y la verdad es que se estaba bien en aquel paraje rodeado de árboles de cientos de especies y bajo un cielo estrellado que se rompía de bonito.
Tras dos horas de coche, volvíamos a casa, cansados, casi se nos cerraban los ojos de un día tan intenso, pero felices de haber pasado unas horas inolvidables.
Gracias Daniel por  tu sabiduría y conocimiento del territorio, por ese buen gusto que tienes y por el día tan hermoso que me hiciste pasar y  que por supuesto repetiremos.  








Noche de hadas, primavera y amigas


"Nuestros recuerdos son un personal tesoro"
                                                        Encarnación Ferré




Será acaso feliz quien aprenda a vivirse y no acepte un instante "ser vivido".  
                                                                                        Encarnación Ferré





El remedio para no sufrir por lo que se ha perdido es repetirnos las veces necesarias: eso nunca existió
                                                       Encarnación Ferré

                                    





Cascanueces y el Rey de los Ratones de Hoffmann




Una mano en un bolsillo lleno de castañas calientes.


Los cuentos de Hoffmann, Cascanueces y el Rey de los ratones. Figuritas de belén, la bandeja para los Reyes, los pajes  y sus camellos y grandes dosis de ilusión. Al amanecer, un rey con barba blanca y corona dorada de cartón sentado en el mirador de casa.
Pensar en la Navidad y revivirla cada año, es sentir a mi abuelo Julio. Quizá toda la parafernalia que monto, los adornos, el árbol, la ilusión de ver a los seres queridos que me quedan, lo hago pensando en él, y en toda fantasía que me hizo vivir a lo largo de la infancia. Siempre me hizo caminar a través de las páginas de un cuento. Y esta forma de amor, ha marcado el resto de mi vida y ha forjado mi corazón y quizá mi creatividad.

Nuestros paseos hasta el Bazar X con una mano en su bolsillo, que previamente había llenado de castañas calientes, él decía que eran  para que yo no tuviera frío en las manos. Incluso cuando él volvía a casa todas las tardes, yo metía mis manitas en sus bolsillos buscando el calor de las castañas.
Cuando llegábamos al bazar, mi nariz  se pegaba a los escaparates de la juguetería, eligiendo todo lo que iba a pedir a los Reyes Magos con la certeza de que me lo iban a traer, porque había sido bastante buena, y porque mi abuelo me había prometido que por su cuenta les iba a escribir para confirmarles que  ese año me había portado bien.
El Paseo de la Independencia estaba blanco, con las copas de los árboles helados, algo que no ha vuelto a pasar, pues hasta el clima cambia. Y allí, paseando, nosotros dos con nuestra complicidad para  elegir los turrones, su adorado Jijona, o el de Cádiz y  el de yema tostada. Recorríamos las tiendas,  Casa Fantoba o la Flor de Almíbar, la Reina de las Tintas y llegábamos hasta el Sepu, para ver si  encontrábamos  alguna figurita que faltaba en el belén.
 Mi abuelo Julio, es  lo que más he querido en el mundo, Creo que la primera vez que recién nacida me tomó en sus brazos, pensé que nunca me bajaría de ellos.

Dos recuerdos muy bonitos son los que os cuento ahora. Uno sucedió en una noche de Reyes siendo muy pequeña. Mi hermana y yo estábamos en la cama. Nos habíamos acostado temprano como todas las noches de Reyes. De repente, recordé que no había echado la carta; que con las emociones, la había olvidado en la mesa de la salita que había al lado de la puerta. Me puse a llorar aterrorizada pensando que no iban a traerme nada. Mi ilusión de todo el año hecha trizas! Entonces, el abuelo Julio que estaba escuchando mis lamentos, con su cariño de siempre,  me tranquilizó. Se quitó el pijama, se vistió completamente, se puso hasta los calcetines, los zapatos, su abrigo, el sombrero y la bufanda, y cogió la carta. Me dijo que bajaba al buzón de Correos  Central, porque desde allí  la carta saldría urgente y les llegaría antes del reparto de  juguetes de la noche. Recuerdo su beso de despedida y buenas noches.
Escuché como se cerraba la puerta de casa y caí rendida, profundamente dormida. Sabía que mi abuelo haría todo lo que fuese para que la olvidada carta llegara a sus Majestades de Oriente.
Ni qué decir tiene que a las seis de la mañana, junto con mi hermana, salíamos disparadas al mirador de casa donde nos esperaba el Rey Melchor. Allí estaba él: su barba blanca y una corona dorada. El manto rojo de terciopelo que brillaba mucho, y sus manos enfundadas en guantes blancos que nos iban entregando los regalos. El mirador lleno de juguetes. En ese mirador que daba a la calle La Paz, estaba todo lo que habíamos pedido. Y por supuesto, en un rincón, la bandeja con los restos de los turrones, el coñac, las colillas de los cigarrillos que se habían fumado  los Reyes y los pajes, y el bol de agua para los camellos  completamente vacío.
¡Qué maravilla! ¡Un año más la magia se había repetido! Allí estábamos con nuestras muñecas y en otra habitación, los juguetes grandes, una cocina de tamaño enorme y un teatro de guiñol altísimo  con un montón de títeres para que jugáramos con nuestras amigas.
Esa barba blanca y esa corona… que años más tarde encontré en un armario del despacho de mi abuelo, cuando él ya no podría celebrarlo  nunca más al menos en esta tierra. Porque, a pesar de hacernos mayores, cuando la magia infantil se perdió, todas las noches del 5 de enero él se vestía con la barba y el manto de terciopelo y nos daba a toda la familia los regalos, entre turrones y roscón. Unas noches inolvidables, que sigo celebrando en su memoria. Los amigos saben que todas las noches del cinco de enero, hay roscón en mi casa. Pero lo que no saben muchos es el motivo por el que mientras viva siempre lo celebraré. Por ti, Julio de San Pío, por haberme hecho partícipe de toda tu ilusión y transformar mi vida en uno de tus cuentos, de esos que todas las tardes me traías cuando dejabas en el café  Avenida a tus amigos. Los cuentos que esperaba con tanta ilusión, porque me los traía el abuelito.
El otro recuerdo es de un verano en San Sebastián. Yo tenía seis años, pero leía muy bien porque también él se había preocupado de enseñarme. Antes de ir al colegio, con cinco años, yo sabía leer y escribir. Claro, así podía disfrutar de los cuentos y de los tebeos de hadas o de princesas que me traía. Los Azucenas o Floritas, y una colección de cuentos más densos que no recuerdo la editorial pero eran de tapas rojas brillantes. Tengo que decir que en mi casa nadie me prohibió nunca leer todo lo que caía en mis manos. Nunca me dijeron que no tenía edad para leer algún libro, porque sabían que si algo no entendía lo preguntaba o lo dejaba pasar. Había una buena biblioteca que aproveché todo lo que pude.
Bueno, esa tarde de verano en Donosti, dejamos a la familia en el Café Madrid de la Avenida de España tomando su merienda, y nosotros nos fuimos a nuestra librería de siempre, que estaba al comienzo del boulevard, detrás del Paque de Alderdi Eder, “Los tamarindos” le llamaba yo porque está lleno de esos delicados árboles. Estos árboles, tienen otras historias siempre protagonizadas por mi abuelo, quien cuando nos llevaba en brazos nos hacía magia metiendo la mano entre sus hojas y nos daba alguna chuchería de regalo, diciéndonos que los árboles siempre tienen cosas que darnos. Ese era Julio.

Aquella tarde, llegamos a la librería y en el escaparate había un libro de cuentos: Los cuentos de Hoffmann. En la cubierta, Cascanueces y el Rey de los ratones y un caballero con un sombrero tricornio que acompañaba a una niña.  Rápidamente pensé que éramos mi abuelo y yo. Entramos, y después de mirarlo juntos lo compró para mí. Me dijo que lo leeríamos en Navidad, porque trataba de una historia navideña donde un padrino especial les regalaba a los niños de la casa un cascanueces mágico.
Todavía tengo ese cuento que lo guardo como oro en paño. Este año he encontrado por casualidad y con gran alegría, un muñeco cascanueces igualito al del cuento, que por supuesto he comprado y lo he colocado al lado de los  míticos cuentos de Hoffmann en la librería de casa.
Dentro de cinco días es Navidad, vendrán a pasarla mi sobrino Daniel y su padre, que son la única familia próxima que me queda, pero las fotografías y el recuerdo de los que faltan nos acompañan esa Noche entrañable y siempre.
La magia y los polvillos dorados llenos de estrellas del abuelo Julio, me envolverán de nuevo en esta fecha que os deseo a todos muy feliz.
A los que tenéis hijos o nietos, os deseo que sepáis hacer lo mismo con ellos, que les creéis ese mundo de fantasía que les acompañará como a mí, el resto de sus vidas.
¡Feliz Navidad!    



                                             
                                        Eugenia










Hermione


Tengo la casa llena de ratones; de terciopelo, de plástico, de peluche, de goma.. Y la verdad es que cuando adopté a Hermione,  Hermy para los amigos, lo hice para no tener ratones en casa. Hablo de mi casa de Marrakech en el centro de la Medina, claro. El caso es que  al poco tiempo de tenerla, ya no me preocupaban demasiado esos diminutos habitantes. Aunque hubo un tiempo, antes de que la gata llegara a mi casa, que también adopté uno. Lo llamaba Juanito. Apareció un día por casualidad, pequeño, oscuro y simpático.  No sé por donde había entrado, pero allí se quedó. Le ponía queso en algún rincón  de la cocina y él me lo agradecía con su compañía. También le gustaba el chorizo, y eso que era un ratón musulmán. Recuerdo que me sentaba a trabajar en el ordenador y él se acercaba y me miraba desafiante. Se sentaba con las patitas en alto. Nunca se asustó de mi. Pero  yo no sabía qué hacer con los clientes; tenía miedo de que lo encontraran en casa. Había decidido hacerle trajecitos y tenerlo como una mascota de Walt Disney, pero pensé que los mis viajeros no opinarían lo mismo, y que preferirían ver  los dibujos animados en el cine. 
Para evitar problemas, cuando hablaba con Malika  delante de la gente, le preguntaba si había llamado Juanito. Ella me contestaba si o no, según las andanzas del ratón por la casa. A veces me decía que había venido a visitarme. Esa era la señal de que teníamos que buscarlo por todas partes para evitar que entrara en una habitación. Era divertido y para Malika  el jueguecito de las llamadas y visitas era toda una aventura. Un día, Juanito desapareció. Me dije  que habría encontrado una novia. Como decía un amigo mío, debía de haber encontrado alguna "pelandusca" por la Medina y le había puesto un "dar", bueno el equivalente a un pisito aquí arriba del Estrecho. Durante un tiempo lo eché en falta. Era encantador y guapo: un Ratatouille marroquí, aunque no sé si le gustaba cocinar. El solo se comía el queso y el chorizo. Todo un dandy. Comprendo que encontrara una novia y me abandonara.


Pensé que  era mejor así, ya que no podía  permitirme el lujo de tener un compañero  en casa que hiciera gritar a las señoras. Entonces, decidí  traer un gato para evitar  la entrada de estos ocupas.
Y así fué como conocí a Hermione. Había nacido en una terraza de Marrakech, en casa cristiana, como digo siempre, hija de Luna, la gata de mi amiga Mª José, una pintora y vecina de mi riad. Su padre se llama Anibal, un gato  rubio atigrado,  golfo y libre de tejados igualito a su hija. 
Era una tarde  soleada del mes de mayo del  año 2007.Fuí a ver la camada que jugueteaban encima de su madre. Todos muy traviesos, pero había una, la más pequeña, que solo pensaba en comer. Agazapada a la tetilla de Luna, como si el mundo no existiera, solo la leche de su madre. A lo mejor se sentía canija y necesitaba comer más que los otros. La elegí a  ella. Chiquitina, rubia como yo, y pizpireta, pues cuando la puse en mi mano, abrió los ojos, dos chispitas verdes legañosas. Nos miramos, y supe que era para mi. Así es que con un mes de vida, vino a casa. Como comprendereís, los ratones ya no me importaban. Me seguía a todas partes. Le costaba subir y bajar las escaleras, pero cuando aprendió, hacía verdaderas maratones por la casa. Yo tenía que mirar siempre al suelo para no tropezar con ella. Se enredaba en mis piernas, dormía en mi cama, sobre mi cabeza. Comía de mi plato, y allí donde me sentaba, de un salto subía a mis rodillas y se quedaba dormida. Ella también me había adoptado a mi como su segunda madre.
A veces  la miro y le pregunto quien es, de donde ha salido, como apareció en mi vida en el momento justo, cuando  faltaron seres queridos que me habían dejado un gran vacío. Ella era como ese rayo de luz que entra por la ventana un día gris de dolor de cabeza y moral baja. El caso  es que  desde ese día de finales de mayo, un par de ojitos brillantes me dan  siempre los buenos días mirándome curiosos por encima de la sábana. y algún que otro mordisco si perezosa, no quiero levantarme. No soporta verme dormida si ella está despierta. Eso lo sigue haciendo después de cuatro años.
Ya no importaba nada, ni la casa, ni los ratones. Solo ese ser peludo, tierno y aterciopelado que   no podía quitarme de encima.
Ella va y viene conmigo. En una bolsa especial, con cien vacunas, con pasaporte europeo, con billete de avión y medio de tren, pero  ya no nos despegamos más. 
Ahora  no solo la quiero, la amo; como les digo a mis amigos: he salido del armario y me reafirmo como "lesbofelina", porque  ella es mi única compañía en casa, mi confidente y el único ser que ha hecho de mi su sierva. A mí!!,  nómada de corazon y de nacimiento, a quien nunca ha dominado nadie, ocho kilos de peso y pelo han conseguido domesticarme.
Así es Hermy. Me encanta mirar su porte elegante, esa mirada curiosa y penetrante, sus saltos astutos, la forma de exigir las cosas, porque ella no pide, ordena. Y basta un maullido para que todos, ( no soy la única que cae en su trampa) hagamos lo que quiere.
Comprendeís por qué tengo la casa llena de ratones? porque son sus juguetes y la hacen feliz.
Escribo esto porque muchos amigos se rien de mi, me llaman exagerada, me dicen que la trato como a un ser humano y no como a un un animal.  Pero.. donde está la frontera? la raya límite entre hombres y animales? Hermione tiene el orgullo de ser un animal, algo mucho más hermoso y noble que tantas personas que nos rodean que no se merecen ser llamadas "humanos".
Había un vendedor de libros de viejo en un mercadillo de Zaragoza, que decía: Si me muero y voy al cielo y allí no está mi gata, no entro". Pues eso.
Y como muestra, un botón: Aquí está esa cosita peluda tan maravillosa



                                                                                                                Eugenia