Camino de Avalón -Página 1-

                                        Camino de Avalón
                  Un viaje personal al mítico Reino de Arturo




Las piedras de Stonehenge me llamaban desde hace años. Por el motivo que fuera nunca llegaba el momento de encontrarme con ellas, pero en la vida todo tiene un por qué  y quizá hay que saber esperar el momento  que casi siempre llega.

 Mi afición a las historias célticas, sus leyendas, los relatos Artúricos y mi creencia absoluta en la energía de la tierra, de los árboles y de la naturaleza, me llevó a buscar todo tipo de información  sobre Stonehenge, lugar desde el que partiría mi peregrinación a la mítica Avalón.
Este templo  megalítico de 5.000 años de antigüedad, del que  su construcción  todavía es un enigma,  y que según la leyenda, en ella  intervino el mismísimo Merlín, fue edificado en diversas etapas. ¿Era un templo sagrado? ¿Un lugar de enterramientos celtas? ¿Un centro iniciático de los Druidas? Quizá lugar de sanación, porque la energía cura, y su epicentro es un vórtice energético,  ya que es uno de los puntos telúricos del Planeta. Pero yo sabía que mi encuentro con el místico lugar sería uno de esos momentos emocionantes de mi vida y quería vivirlo a tope.
Cerca  se encuentra  Amesbury, donde estaba el convento en el que  la Reina Ginebra se retiró tras la muerte de Arturo, y desde donde  a su muerte Sir Lancelot  todavía enamorado de ella, la trasladaría a Avalón (Glastonbury) para enterrarla junto al Rey Arturo
Había leído mucho, pero hay cosas que cada uno de nosotros debe de experimentar y sentir por sí mismo. O sea que tras años de esperar el encuentro, para festejar  mi cumpleaños en el mes de septiembre de este año 2012, decidí, o el poder de la tierra  decidió por mí, que había llegado el  momento de visitar el lugar soñado.




Con mi sobrino Daniel, organizamos el viaje que había planeado con tanta ilusión y emoción. Los enigmáticos menhires nos esperaban y  en este año de cambios  importantes en mi vida iba a descubrirlos. 
Cogimos un avión hasta Bristol en cuyo aeropuerto  teníamos preparado un coche que habíamos  reservado  y que  durante unos días sería nuestro compañero de viaje. Solo tenía una preocupación: Daniel nunca había conducido por la izquierda. Así que entré al coche  silenciosa y abrí el mapa de carreteras de Gran Bretaña mientras Dani investigaba todos los puntos del automóvil. Buscamos las carreteras que teníamos que atravesar hasta llegar a nuestro primer destino del viaje, y tras hacerle una fotografía  a mi sobrino porque su cara rebosaba emoción ante el reto que supone todo lo desconocido, Daniel puso el coche en marcha. Para tranquilizarme me dijo que llevar el cambio de marchas a la izquierda no era complicado, pero que iría con prudencia (debió de ver mi cara de miedo). O sea que a fin de familiarizarse con el nuevo juguete dimos dos vueltas por el parking del aeropuerto. Salimos sin dificultad y mi sorpresa fue enorme cuando  con lo primero que  nos encontramos fue con una complicada  rotonda que tomó perfectamente, con una naturalidad que me hizo pensar que siempre había conducido por el lado contrario.
Solté el asiento al que me agarraba con fuerza y le dije: “¡a STONEHENGE!”



Atravesamos Bath porque pensamos visitarlo de camino a Glastonbury, y descubrimos la cruda realidad que era la mala calidad  de las carreteras inglesas y la falta de indicaciones de los lugares de interés.
Dani conducía muy bien, con precaución pero con seguridad y yo, me peleaba con el mapa de carreteras y su gráfica diminuta que me costaba descifrar.
Con complejo de topo a pesar de llevar gafas para leer, a duras penas podía ver el nombre y número de las carreteras, lo que me costó alguna reprimenda de Daniel, que me acusaba de dictadora ya  que  para mí  era fácil sentarme, dirigir y dar órdenes, sin contar con que  había alguien que llevaba el coche con la  tensión de quien hace algo por primera vez.
 Estas riñas son frecuentes cuando viajamos juntos, pero luego acabamos riéndonos de todo. Según mi sobrino, viajando conmigo puede pasar cualquier cosa y no le falta razón porque siempre tenemos alguna aventura.
Llevábamos una buena dosis de kilómetros y continuábamos  buscando en el mapa  el punto que nos indicara donde  encontrar el desvío que teníamos que coger hacia  nuestro Cromlech, cuando  de repente, a lo lejos divisamos las piedras milenarias. Y enseguida, nos topamos con una señal en la carretera: STONEHENGE.






Llegamos a esa hora en la que había pocos turistas y para los autobuses  que venían a ver la puesta de sol cargados de gente, todavía era temprano. Subimos por la cuesta que nos llevaba al lugar mágico, y ¡allí las teníamos!  ¡Milenios  esperándonos!

No soy capaz de describir este momento mágico, en el que me coloqué frente al recinto sagrado. Escuché el mensaje del templo cuyos  menhires erguidos  tiraban de nosotros hasta su parte central, donde está la piedra de los sacrificios, y donde toda la energía de la tierra se siente en lo más profundo, me causó una abrumadora emoción. Me puse a llorar con un gran respeto hacia todo lo que estaba viendo y sintiendo, y sé que Daniel muy escéptico para estas cosas también estaba emocionado ante tanta grandiosidad, ante tanta belleza.

Tanto tiempo esperando hacerme la deseada  fotografía allí, delante de semejante maravilla, y una vez llegado el momento no sabía como ni donde situarme. Éramos nosotros  quienes  de una manera compulsiva no dejábamos de fotografiar el templo más increíble que habíamos  sentido. Y digo “sentido” y no visto, porque este lugar es algo que se siente y que merece ser  visitado al menos una vez en la vida.
Lo rodeamos varias veces y pudimos contemplarlo con los distintos cambios de luz y de color que proyectaban  diversos  reflejos en las piedras. Bloques de 40 toneladas colocados de forma misteriosa  en  los que una de sus entradas, la más grande apunta a la salida del sol en el solsticio de verano y la segunda  un poco más pequeña, señala  la puesta de sol en el solsticio de invierno.
No recuerdo el tiempo que pasamos sin dejar de contemplarlo, pero las nubes cubrían el Sol y pensamos que no podríamos ver el  crepúsculo. Comenzaron a llegar autobuses que traían los primeros turistas del atardecer y decidimos que era la hora de dejar el templo que habíamos tenido casi para nosotros. Me notaba pletórica y electrizada de emoción y de energía.  Daniel se reía de mi, porque dice que soy una “pajarera”, que estoy convencida de ver y sentir lo que no nota nadie más. Pero eso no es cierto,  los visitantes de aquel lugar  saben lo que van a ver y en todos ellos percibí un gran respeto y culto interior. Allí se respira misticismo, todo invita a la meditación.
Volveré a este lugar, ahora que ya forma parte de mí.










A la salida visitamos la tienda  en la que  compramos algún recuerdo: un jarrito para nuestra  colección y algunas señales de libros. Con las bolsas en la mano y la pena  en el corazón por  dejar  Stonehenge, nos dirigimos hacia Salisbury, fin de nuestra primera etapa.  




                                                   Salisbury

En el B&B  que teníamos  reservado “The Old Rectory”  su encantadora dueña Tris Smith, nos recibió con afecto  y simpatía en su acogedora y entrañable casa.




La habitación según ella  no era muy grande ya que no disponía en ese momento de otra, pero a nosotros nos pareció cálida y con el encanto de las antiguas casas inglesas de pequeñas ciudades.



Dejamos las maletas y todavía llenos de la magia de las piedras, nos lanzamos a visitar la ciudad de Salisbury y su preciosa catedral que ostenta la aguja más grande de Inglaterra.
El lugar es bonito, con el encanto de lo medieval y hermosos rincones a los que las luces y las sombras del anochecer  les daban  un aire de misterio.
Cenamos en un restaurante en el centro histórico, y aprovechando que comenzaba a llover, nos fuimos dando un paseo hasta casa. Al día siguiente teníamos que madrugar, otra emocionante jornada nos llevaría hasta Avalón.








En el segundo día de viaje madrugamos. Un opíparo desayuno nos esperaba en el comedor al lado del jardín. Tris nos indicó la mejor carretera de vuelta hacia Bath y nos dio algunas instrucciones para  aparcar  en dicha ciudad, ya que según ella era mejor dejar el coche en uno de los parkings que hay en la margen izquierda del río, pues el centro siempre está lleno porque es una ciudad-balneario  de veraneo   visitada tanto por turismo extranjero como interior.
Este destino era una cita histórica  y literaria. Otro encuentro importante tendría lugar allí: el de Jane Austen, su casa, sus novelas que tuvieron tantas veces como protagonista la ciudad de Bath.
Entramos a través de uno de sus puentes tal y como nos había indicado nuestra anfitriona, y descubrimos una preciosa ciudad con una base histórica romana de la que quedan las impresionantes termas, y las construcciones  Georgianas que la han hecho famosa. Una ciudad verde, muy cuidada,  y con esa carga literaria que ofrece el amor de sus habitantes a la figura de mi admirada Jane Austen.
                                                                      
                                                                           Bath


Flotando en el ambiente  de la ciudad,  se sentían  los personajes de Orgullo y Prejuicio, Persuasión, Sentido y Sensibilidad, Emma, Mansfield Park y tantos relatos que nos han llevado a su época.
Visitamos  la Catedral y  las Termas Romanas en las que fue difícil encontrar un rincón sin turistas para hacer nuestras fotografías, pero el sitio es magnífico.

















Después de nuestro recorrido por la  antigua Roma, seguimos hacia Queen Square, donde está el Jane Austen Center. Sinceramente, esto nos decepcionó un poco. Jane no residió allí, sino en el número 25 de la  misma Plaza. La casa es una recreación de algunas escenas de la vida cotidiana en el interior de las casas georgianas del tiempo de la escritora, así como algunos manuscritos encerrados en  vitrinas que nos conformamos con ver  aunque nos hubiera gustado pasar la mano por esas páginas tan entrañables para los lectores de Jane.
Lo divertido es que había un guardarropa con trajes de la época, donde pudimos disfrazarnos a la moda del  estilo Regencia de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Paseamos por el interior de la casa y nos hicimos fotografías con chistera y cofia. Finalmente entramos en la tienda para comprar algún libro como recuerdo de nuestra visita. Los consabidos jarritos y marca páginas  para la colección.










Pero a Jane Austen se la vive en la calle, en las plazas como en The Circus, donde también habitó la novelista. Uno la imagina paseando  con su sombrilla blanca por las calles de Bath del brazo del Capitán Wentworth, y con el pensamiento nos trasladamos a sus historias sintiéndonos personajes de alguna de ellas.



Como se nos hacía tarde y teníamos todavía bastante carretera por delante, decidimos comprar unos sándwiches y comerlos en el coche para continuar  nuestro viaje.
Habíamos visto una preciosa ciudad y rememorado pasajes literarios, pero nos esperaba un lugar especial al que también nos dirigíamos con mucha emoción: Avalón, sus sacerdotisas, la Dama del Lago y Camelot.








Siguiendo nuestro mapa de carreteras, encontramos los desvíos pertinentes,  no sin alguna discusión debido a mi interpretación del mapa, cuando de pronto, ante nuestros ojos, en la lejanía y casi entre nubes vimos la Colina del Tor con  los restos del monasterio en la cima. Tanto a Daniel como a mí, se nos dibujó una sonrisa de satisfacción. ¡Hacia allí íbamos en busca de las hadas!



                                                    Glastonbury



Llegamos a primera hora de la tarde y encontramos enseguida el B&B  “The Lantern Tree” que también teníamos reservado. Allí nos esperaban Candy y Drew Smith, una simpática pareja  con una amabilidad  como la que hemos tenido tanto en Cornualles, como en Somerset y Devon. Personas encantadoras que nos han ayudado mucho en nuestra búsqueda de lugares especiales y nos han tratado con todo cariño.

La casa es cálida y nuestra habitación estaba en el segundo piso, muy amplia y luminosa. Pero lo espectacular era el baño. Estaba al lado de la habitación, ya que la casa solo tiene dos habitaciones para alquilar, cada una con su baño, pero han sacrificado terreno para que los huéspedes gocemos de sus estupendas instalaciones y de  un relax  entre plantas, velas y perfumes, en el que nos sumergíamos cada noche cuando llegábamos cansados de nuestro caminar.










Nuestra sorpresa fue que Drew el propietario, es un fotógrafo que trabaja para el Gobierno Británico en fotografía arqueológica y es un  especialista  en lugares medievales y de la época oscura, como los castillos que queríamos visitar. Hablamos mucho con él y nos confirmó que los sitios que íbamos a ver tanto histórica como  arqueológicamente, estaban autentificados y comprobados. Camelot estuvo en la colina de Cadbury Hill y Tintagel fue el castillo de los Pendragon. También nos confirmó que la Colina del Tor había sido la Isla de Avalón, pues en aquellos tiempos la colina estaba rodeada de pantanos y un lago. Aún ahora el subsuelo es muy húmedo, sobre todo en los campos que rodean  lo que fue la Isla.
Nos contó que los Sajones habían destruido  casi todos los castillos de los que  solo quedaban ruinas  o simplemente algún prado con restos de cimientos  de antiguas edificaciones y también nos habló de los Romanos y de que habían ido a esa parte del país buscando metales, porque es  una zona muy rica en hierro,  pero también habían  dejado caminos bien trazados por lo que sus guerreros podían moverse con rapidez en las luchas contra los invasores.
Nos dijo que las nieblas de Avalón son una realidad, pues como comprobaríamos al día siguiente, Glastonbury amanece entre brumas y con una luz especial, sobre  todo  la  Sagrada Colina, que emerge de la ciudad como si flotara, como si no perteneciera a este mundo.
Dejamos nuestro equipaje y salimos a descubrir la ciudad.  Los emocionantes encuentros los dejamos pendientes para el próximo día. Esa tarde recorrimos las calles, las tiendas “pajareras” como las llama Daniel, llenas de piedras, y de símbolos nueva era, de imágenes orientales, de libros esotéricos. Todo un mundo místico como los habitantes de la ciudad y los extranjeros afincados allí, atraídos por el punto telúrico del Dragón.







Anocheció enseguida y las calles estaban desiertas, así que fuimos al B&B y cenamos allí, no sin antes habernos dado un baño mágico entre velas perfumadas y a media luz.
Recomiendo el sitio tanto por sus propietarios, como por las instalaciones.
También conocimos a las dos mascotas de la casa, Wellington un perro muy cariñoso que nos seguía por toda la casa  y Wookey, un gato negro curioso y simpático que saltaba desde el tejado a la habitación y se colaba por la ventana. No se puede pedir más: Glastonbury, una casa inglesa con jardín, chimenea en las habitaciones y dos mascotas. ¡Una delicia!








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