Camino de Avalón -Página 4-

                    Camino de Avalón
        Un viaje personal al mítico Reino de Arturo


El sexto día de viaje comenzaba con más aventura ya que no llevábamos alojamiento fijo, sino que lo dejamos en manos del destino y de la carretera, pero nuestros pasos se dirigieron a St. Ives, un precioso puerto pesquero de hermosa playa y lugar de moda de veraneo para el turismo interior británico.
Al ver la belleza del lugar cuando nos íbamos aproximando por la costa, decidimos quedarnos a pasar  allí la noche, pero lo primero que teníamos que hacer era buscar alojamiento céntrico. La ciudad estaba llena de veraneantes y a parte de caro, pensamos que sería difícil encontrar algo a nuestro gusto. Pero en una de nuestras vueltas con el coche Daniel vio un B&B con el letrero de habitaciones vacantes, así que nos dirigimos allí. El sitio está bien  y es cómodo, pero resultó demasiado caro para las instalaciones. El lugar se llama “The Willows”,  y lo recomendamos por su  céntrica ubicación y porque Roberta  la encargada, una señora italiana con la que me entendí a las mil maravillas y encima tenía una preciosa gata persa, con su buen gusto y simpatía lo hacía  acogedor. Pero la relación calidad precio no es justa. Lo más cómodo para mi era hablar italiano con ella  que nos contó su vida y el por qué llegó un día a Inglaterra y se quedó allí. Esto nos llevó a participar en alguna tertulia en la que incluimos  a  una pareja de viajeros italianos que llegaron después; podría decir que me sentí como en casa.
Dejamos el coche, esto si que es importante, tienen su propio parking, y  nos fuimos a conocer la ciudad. Como todos los puertos de mar de Cornualles, las calles son empinadas bajando poco a poco hasta el borde del mar.

                                                                 St. Ives







Recorrimos la playa y el puerto e hicimos fotos en su bocana, llegando hasta el faro.
A pesar de la temperatura de las aguas atlánticas, había gente bañándose y muchos viajeros de paso o con excursiones en el día. La ciudad nos gustó mucho, casi de las más coloristas que vimos y como el día había salido soleado, las luces  y los reflejos sobre las casas blancas eran bellísimos.
Visitamos una pequeña iglesia dedicada a los pescadores muertos en el mar, en  cuya pared había una emotiva placa con los nombres de los que  un día se perdieron  para siempre entre las olas.












Luego  entramos en un chiringuito de playa a comprar las Pasties para comer, porque realmente sacian el apetito durante muchas horas. Allí, entre excursionistas y sentados al borde de la playa, nos comimos las empanadillas para seguir  con un recorrido por las tiendas  Vintage  muy de moda en la ciudad,  pero las cosas  que vendían eran poco interesantes y caras debido a la temporada turística, así que volvimos a casa. Descansamos un poco porque había que aprovechar el buen tiempo para salir con el coche hacia el final de la tierra, al Cabo Cornualles y el “Land’s End”.
Esta parte del país ha sido  siempre  protagonista de novelas e historias que se han llevado al cine, o en forma de series las hemos visto en televisión, como “Poldark”.
Atravesando la escarpada costa de la región,  y dejando a un lado el Saint Michael’s Mount, una réplica de Mont S. Michel de Francia, llegamos al “Fin de la Tierra”.
 Allí estuvieron las tierras ahora sumergidas, de Lyonesse, patria de famosos caballeros como Tristán y Galahad. Muy cerca se halla el castillo del tío de Tristán, con su conocida leyenda.



                                     Land's End















Esperábamos  con ilusión ver el ocaso desde los acantilados del lugar, pero el cielo  poco a poco estaba cubriéndose de nubes  que sin embargo filtraban la luz  y nos permitían hacer bonitas fotografías de los reflejos plateados sobre el agua.
Mientras esperábamos la caída del sol, entramos a tomar un café en un lugar solitario, que es el principio y fin de la tierra, como dicen los letreros de las casas que se encuentran sobre los cliffs. Allí, Daniel me hizo un precioso retrato. Quizá uno de los más bonitos que me han hecho nunca, porque refleja la soledad de los pensamientos en los que estaba inmersa en aquel momento de paz. Yo, con la compañía de de mi soledad ante una ventana abierta al mar, sin gente, sin nadie,  sin saber lo que hay más allá, probablemente la Irlanda de Isolda  y de las leyendas celtas en las que he pensado tanto en este viaje y que tanto me gustan.
Daniel supo captar este momento y lo felicito por ello. No sé lo que opinarán los que lean este blog, pero el retrato lo cuelgo con mucho cariño y muy orgullosa del  gran fotógrafo que es mi sobrino.




Por fin el horizonte terminó de cubrirse de nubes y una sutil llovizna comenzaba a caer, así que plegamos velas  y volvimos a casa, pues nos quedaba un buen trecho de carretera, y solo un día más de viaje.
Pero todavía faltaban las emociones del próximo día: nuestro encuentro  con Camelot. 




Y llegó el séptimo y penúltimo  día de nuestro  viaje al mundo Artúrico  repleto de misteriosos bosque, lugares sagrados y  fuertes vientos que soplan en esta parte del país tan cargada de historia y de leyenda.

Una larga jornada nos esperaba, pero también una  emocionante visita a  Cadbury Hill, la colina en la que estuvo el castillo de Camelot.
Nos habíamos informado mucho sobre el lugar que oficialmente se confirmó como la Ciudadela de  Arturo en el año 1966.
Tuvimos que encontrar el sitio ya que estaba en lo que otrora fueran las aldeas Camel, por eso su nombre “Camelot”, y alineada con la Colina del Tor en Glastonbury. Pero su emplazamiento es tan singular, que desde muy lejos se ve una especie de meseta verde rodeada de árboles y con el suelo en varios desniveles, coronada por un gran prado circular cubierto de verde hierba. Los dos al mismo tiempo dijimos: ¡“Camelot”!.
Con la ilusión que nos hacen las ruinas históricas, subimos con ansiedad por otro tortuoso camino de piedras y  solos como de costumbre. De esta manera pudimos disfrutar del lugar y recrearnos con la documentación que teníamos de lo que debió de ser su historia.


                                                Camelot











Esta planicie está rodeada de un foso y de tres niveles de franjas artificiales, donde debieron de estar las murallas.  La vista aérea del puesto es importante para hacerse idea de lo que había sido su construcción y que hasta el siglo XX no se dio por auténtica.


Tras dos años de trabajos y de excavaciones, encontraron los cimientos de madera de lo que fue una gran puerta  de madera que servía de entrada a una fortaleza de la época oscura del siglo V. Posteriormente, descubrieron  cientos de postes  que seguían un patrón y sobre los  que debía de estar la base de la sala central o de la sala de un trono. Una muralla de 2  kilómetros rodeaba este recinto  de la ciudadela en el que calcularon que vivían unas 8oo personas. O sea que lo que en un principio se pensó que fue la fortaleza militar de un caudillo de la época, ahora todo había cambiado, ya que  por las dimensiones  aquel lugar  era el castillo de un rey y había sido construida entre los siglos V y VI.
La sala encontrada, era lo suficientemente grande para  organizar en su centro asambleas, banquetes y reuniones. Allí es donde se cree que estuvo la “Mesa Redonda” en la que los fieles caballeros y  guerreros se sentaban a beber vino e hidromiel. Bebían para solazarse a la vuelta de las batallas contra los sajones. Esta era la forma con la que el rey premiaba los esfuerzos de los valientes guerreros tras los combates.
Se llegó a esta conclusión porque en los restos  de los fosos del castillo, enterrados bajo la puerta y alrededor de las habitaciones principales, se encontraron cientos de restos de vasijas de cerámica de la época oscura. Era habitual tirarlas por las ventanas a los fosos de los castillos, y eran vasijas para beber vino o para ser usadas en la cocina.
Pero mucho después, en el año 1998, los mismos arqueólogos que seguían trabajando en Cadbury Hill, descubrieron un sepulcro en el que encontraron un ataúd podrido donde reposaban los huesos de un hombre. Al principio pensaron que era Arturo, en la barca donde fue transportado por las nueve doncellas encapuchadas, porque esta tumba estaba  ubicada y alineada con la próxima Colina del Tor, su lugar sagrado, aunque Arturo  quizá practicaba las dos religiones.
Pero también podía ser la tumba de un guerrero importante ya que los ritos de enterramientos celtas y druídicos eran los mismos  que  en otras culturas y religiones, siempre mirando hacia los lugares de culto.
Además, la tumba de los reyes  Arturo y Ginebra había sido hallada en la Abadía de Glastonbury. Y también es posible que la barca tuviera un significado, pues el alma y el cuerpo de los guerreros eran llevados ante la Diosa a través del agua. En esta parte de la región no había costa, pero si que existía el Lago  como centro religioso que rodeaba la Colina.
De todas formas, el misterio histórico se había hecho realidad y los arqueólogos e historiadores han confirmado que el castillo de Cadbury Hill es el mundo de Arturo: Camelot.
Hablábamos de estas cosas mientras ascendiamos a la cima en la que efectivamente no hay nada, sino una enorme planicie cubierta de hierba. Pero la imaginación siempre vuela y escuchábamos las risas y los ecos de las peleas a espada, y sentíamos circular el vino en los banquetes que tuvieron lugar en aquella tabla redonda a los que asistieron tantos caballeros importantes. Las intrigas y los amores de Ginebra con Lancelot y los conjuros  y hechizos de Morgana y Merlín porque la magia tiene que estar siempre presente en ese periodo llamado oscuro.







El camino está rodeado de árboles formando lo que en tiempos debió de ser un bosque que camuflaba la muralla y los fosos y lo suficientemente elevado para su protección y  defensa.
Estábamos felices de haber encontrado solos el sitio y de disfrutarlo sin otra compañía que nuestras cámaras fotográficas que disparaban sin descanso.
Pero como los momentos felices terminan pronto porque así tiene que ser, para gozarlos y recordarlos con emoción, teníamos que bajar de la colina para continuar viaje hasta Brístol.

Pero aún nos quedaba la última aventura como había dicho antes con el ganado en libertad que abunda en la región.
Ensimismados como estábamos en nuestras fotografías, no nos dimos cuenta que a toda velocidad, venía un rebaño de vacas y sus correspondientes toros, hacia un abrevadero próximo al camino.
Cuando vimos venir estos animalitos que casi se nos echaban encima, comenzamos a correr cuesta abajo por temor a ser pisoteados. No había sitio a los lados del camino para resguardarnos y las piedras a mi me dificultaban el descenso, pues ese día no llevaba el calzado muy apropiado para el terreno que estábamos pisando.
Así que vimos un hueco en un lateral y  unas ramas donde asirnos  y decidimos esperar hasta que pasaran para continuar bajando. Daniel me decía que escondiera la bolsa de mi cámara que es roja, pues venían dos toros con ellas. Nos entró un ataque de risa al  pensar que el mítico y legendario camino de Camelot, de repente se había convertido en la Calle de la Estafeta y le restaba mucho encanto a la historia. Así que tranquilos porque vimos que  tan solo  era un rebaño de vacas para carne subiendo a su  colina como actuales inquilinos de Camelot Castle, comenzamos a bajar poco a poco por aquel empedrado sendero hasta nuestro coche.
Por la carretera hicimos una parada para comer unos sándwiches y un café porque todavía nos quedaban unos cuantos kilómetros hasta llegar a Bristol.
Dejamos atrás los caminos que nos llevaron el primer día a Salisbury y a Stonehenge, y atravesando de nuevo Bath, mandamos un beso de despedida a Jane Austen  con la promesa de que nos encontraríamos pronto.
Al atardecer llegamos a Bristol. Entramos rodeando la ciudad  hasta el centro y dejamos el coche en el parking del hotel. Esta vez teníamos reservado The Bristol Hotel, muy bien situado delante del navegable río, sobre el que flotaban varias barcas de colores y algún velero.

                                                      Bristol



El hotel es elegante, con habitaciones muy confortables y cómodas y un estupendo restaurante. Y sobre todo, situado en el lugar “vip” de la ciudad donde están todos los pubs y restaurantes de moda. Como era la noche del sábado, buscamos un lugar  donde cenar ya que todo estaba  lleno con un trepidante ambiente nocturno. Todo el mundo viste sus galas y sus tacones, para salir a cenar y bailar. La música que se  escuchaba por doquier y salía de los pubs mezclándose con los reflejos de las farolas sobre el agua del río.
Encontramos un restaurante hindú, muy elegante y exótico, en el que quedaba una mesa libre y allí cenamos. Daniel su consabido Steak  con una abundante guarnición y yo un pollo Tandoori que estaba buenísimo.
Como estábamos cansados, dimos un paseo por el centro para conocer un poco la ciudad, pero veníamos de un viaje lleno de silencio y calma y aquel bullicio nocturno casi nos agobiaba, así que volvimos al hotel  dispuestos a  pasar la última noche en Inglaterra.









Octavo día: la despedida.

Nos levantamos pronto para tener tiempo de desayunar con tranquilidad aquellas abundantes viandas que nos ofrecía el  English  Breakfast, y salimos hacia el aeropuerto.




Llenamos el depósito de combustible porque teníamos que dejar el coche en perfectas condiciones, y entregamos las llaves en  la oficina de Europcar.
Al salir del aeropuerto echamos una última y triste mirada a nuestro coche. Tanto Daniel como yo sentíamos dejarlo ya que nos había llevado hacia tantas emociones y nos había hecho revivir aventuras y momentos místicos,  históricos y divertidos.
No nos dijimos nada, pero con la mirada nos comprendimos perfectamente. Cogimos nuestras maletas y entramos en el aeropuerto.
Tengo que decir, que no sé si por la influencia de La Dama del Lago o por encantamiento de Merlín, no miraron ni pesaron mi maleta que no cumplía los requisitos al uso, por lo que en casa tengo esa botellita de agua del Manantial del Cáliz, de la que ya han bebido algunos amigos, pero que ahí está para los que quieran probar…

Os dejo también las direcciones de los B&B  y alojamientos que hemos tenido, por si necesitáis alguna vez sus servicios.
 Y con todo mi cariño, para los que lean mi crónica del viaje,

          “Que el Espíritu de Avalón te acompañe”


Salisbury:
The Old Rectory
75 Belle Vue Road -Salisbury
 propietaria: Trish Smith

Glastonbury:
 The Lantern Tree
19 Manor House Road
Glastonbury (Somerset) BA6 9DE
Teléfono: +44 (0)1458833455
Propietarios: Candy y Drew Smith


Tintagel:
The Avalon
Atlantic Road
Tintagel  (Cornwall, PL34 0DD)
Telfno: + 44 (0) 1840770116
Propietarios: Julie & Peter Capstick


St. Ives:
The Willows
Nº 3 Portminister Terrace
St. Ives TR 262DQ
Telfno: +44 (0) 1736796516
Encargada: Roberta Filippi
Web en preparación

Bristol:
The Bristol Hotel
Prince Street, BS1 4QF







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