Un viaje personal al mítico Reino de Arturo
En la que sería nuestra cuarta jornada de viaje,
madrugamos por supuesto con la cotidiana
niebla, y tras el desayuno y despedirnos de nuestros anfitriones y sus
mascotas, escuchamos las explicaciones de Drew del lugar donde estaba Camelot, muy
cerca de Glastonbury, pero en dirección contraria a nuestro destino, o sea que decidimos visitarlo a la vuelta entrando en Cadbury Hill para disfrutar con
tranquilidad de la planicie circular en lo alto del monte donde estuvo el Reino
de Arturo.
Dejamos
tras de nosotros las nieblas y continuamos carretera hacia Tintagel, el otro
importante punto Artúrico.
De
camino, nos acercamos al pueblo de Clovelly
porque que queríamos ver sus
acantilados. Llegamos al lugar que ahora es una especie de ciudad de vacaciones en la que se
paga entrada. El pueblo está situado en la Península de Hartland en el condado
de Devon y es un lugar pintoresco en la falda del monte y con unas calles
empinadísimas que bajan hasta el puerto y la playa. Sus alrededores son altos y
tremendos acantilados emergen del agua, un paisaje habitual en
aquella parte de Inglaterra, pues estábamos en la puerta de Cornualles, en
plena costa Atlántica.
Clovelly
Durante
la excursión degustamos las típicas y
enormes “Pasties de Cornualles” unas empanadillas
riquísimas con distintos rellenos para todos los gustos. Las comimos por la calle mientras paseábamos fotografiando
los coloristas rincones y subíamos de nuevo la pedregosa cuesta, pero como todavía teníamos
apetito, entramos en un restaurante a tomar la conocida sopa de tomate y
verduras. Como soy golosa, también pequé con un dulce de crema y frutas. Por la calle acariciamos a los
famosos “Donkeys” los burritos de Clovelly usados para el transporte en las pendientes calles y que felices comían su
pienso dejándose retratar por los turistas. Son simpatiquísimos y a mí que me
gustan tanto los burros me enamoraron.
También hubo un detalle que nos causó una grata
sorpresa. Como son muchos los ingleses que viajan con sus perros, debido al amor que profesan a sus mascotas, en la puerta
de cada casa o restaurante, había cubos con agua para que los animales pudieran
beber durante su viaje o su paseo. Tanto
Daniel como yo pensamos ¿cuando sucederá algo así en España? A ver si cunde el ejemplo lo antes posible.
No
perdimos mucho tiempo en el pueblo porque queríamos llegar hasta los primeros cliffs
que como gigantes sobre el mar abrían las puertas de Cornwall, pero allí nos esperaba una pequeña aventura. Tras
aparcar el coche y recorrer un largo camino que nos acercaba de nuevo a la
costa, cuando quisimos atravesar un prado en el que pastaba un rebaño de vacas vigiladas por un toro, (éstos
animalitos nos han acompañado todo el
viaje y no sería la última vez que tuviéramos una aventura con ellas) comenzaron
a acercarse a nosotros no con muy buenas intenciones. A mi me dio miedo el que
pudieran darnos un golpe y tirarnos al
suelo. No podíamos hacernos daño yendo de viaje, pero mi pavor fue en aumento cuando
me fijé que el toro, con la testuz baja y
las patas delanteras juntas nos miraba con muy mal aspecto, decidí que
había que parar y dar la vuelta. No había otro camino y nos lo habían cerrado.
Daniel estaba de acuerdo pues no queríamos medir nuestras fuerzas con el ganado
y tampoco queríamos correr, así que volvimos al coche y seguimos camino a
Tintagel, donde llegamos todavía con buena luz y una fina llovizna.
Nuestro
B&B era “The Avalón” encima de los
acantilados y el Castillo de Tintagel, el lugar donde nació Arturo.
Tintagel
Una vez
que nos acomodamos salimos a conocer la
pequeña ciudad. Pero antes nos esperaba otra excursión. Llegamos caminando
hasta una ermita cerca del mar, rodeada
de un antiguo y tranquilo cementerio poblado de cruces de piedra celtas.
Aprovechamos la luz que comenzaba a bajar y dimos un paseo bordeando los cliffs
y
preparando lo que al día siguiente sería nuestra visita más importante: el
Castillo de Igrain y Uther Pendragón y la Cueva de Merlín.
El
paseo fue estupendo, acompañados del fuerte viento del Océano Atlántico cuyas
olas se estrellaban a nuestros pies al fondo del acantilado.
Después
encontramos un pub con
una decoración muy medieval situado en el centro de la pequeña ciudad, donde tomamos nuestras
diarias cervezas. Yo seguí con mi Guiness pero a Dani le gustaba probar nuevas marcas, sobre todo las locales.
Callejeamos un poco y compramos unas postales pero ya casi no había luz y como las ciudades inglesas se quedan desiertas con el encendido de las primeras luces artificiales, pensamos que sería mejor volver a cenar al B&B y disfrutar de sus acogedoras instalaciones.
Callejeamos un poco y compramos unas postales pero ya casi no había luz y como las ciudades inglesas se quedan desiertas con el encendido de las primeras luces artificiales, pensamos que sería mejor volver a cenar al B&B y disfrutar de sus acogedoras instalaciones.
Además,
teníamos que descargar todas las fotografías en el portátil como hacíamos cada
noche. Y si no nos vencía el sueño, nos
veríamos una película para relajarnos. Claro que con el wifi que encontrábamos
siempre, Daniel se comunicaba con sus amigos para contarles las impresiones del
día.
Amaneció
nuestro quinto día por tierras de Britania y amaneció nublado, con amenaza de lluvia. No nos asustamos por ello pues en
estas tierras la lluvia es lo habitual,
o sea que nos dedicamos a degustar el famoso desayuno de Cornualles, zumo
variados, un bacon riquísimo, salchichas, verduras y huevos
revueltos o en forma de tortilla que comió Dani. Tostadas con
distintas mermeladas para acompañar el café o el té y frutas rojas naturales. Como es
natural, estábamos rebosantes de comida,
así que había que comenzar a andar.
Seguimos
el camino que nos llevaría a la cima del acantilado del Castillo de Tintagel.
Una subida tremenda con unos tortuosos caminos empedrados y húmedos, alternados por altas escaleras a las
que no estoy muy acostumbrada, o sea que me costó un poco llegar ante las risas
de Daniel que me acusaba de llevar una vida demasiado sedentaria. Claro que él
es corredor de maratón y parece que lleva siempre puestas las botas de las
siete leguas. Mis kilos y yo, teníamos que luchar para no caerme y abrirme la cabeza,
haciéndome una herida de campaña al estilo del siglo V, a lo que los antiguos moradores de
Tintagel estaban acostumbrados.
Mi
sacrificio tuvo su premio como casi siempre que se hace una cosa con devoción e
ilusión, porque llegamos los primeros al histórico recinto y tuvimos todo el
castillo para nosotros.
Del antiguo
recinto solo quedan las ruinas ya que fue destruido por las invasiones sajonas.
En los siglos V y VI la playa y la zona baja del acantilado, formaban el puerto
que usaban tanto para carga y descarga como
para defenderse de los ataques de sus invasores.
La ubicación es fantástica, dominando el
Océano. El trazado de lo que fueron salones, habitaciones, patio de armas,
cuadras está muy bien delimitado y se ve
que la construcción tuvo que ser de piedra y madera como corresponde a la que
llaman época oscura. En una gran parte
del lugar el pavimento es el original y está muy bien conservado.
Las
vistas son maravillosas y tuvo que ser una fortaleza difícil de alcanzar y de
atacar sobre todo, debido a la dificultad del acceso a la misma.
Pero lo
más hermoso es su historia ya que allí fue concebido y tuvo lugar el nacimiento
del Rey Arturo.
Uther
mató a Garlois en batalla y antes de que llegara la noticia a la
corte, con el aspecto y la figura de Garlois, penetró en el castillo de Tintagel y tomó a Igraine quien pensaba que era con su esposo
con quien compartía el lecho.
De
esta unión nació Arturo, bajo el estandarte del Dragón. Y tanto Igraine como su
padre Uther vivieron felices en la corte de Tintagel, hasta la muerte del Rey
por la herida de una espada sajona, sucediéndole Arturo.
Paseando
entre aquellas ruinas, lo imaginaba de niño, corriendo por las almenas y por
los peligrosos caminos, jugando con sus
hermanas y aprendiendo a luchar, ya que con
los años se convirtió en un valiente guerrero que mereció ser el primer
Rey de Britania,
Siempre
con los cuidados y la instrucción de su ayo, el Druida Merlín, quien lo inició
en los poderes del ocultismo y de la magia del Lago.
Le fue
entregada la famosa espada Excalibur que
según unas tradiciones Arturo extrajo de una piedra, y según otras le fue entregada directamente
por la Señora del Lago, salida de las
profundidades de la tierra y forjada en
los misterios de Avalón. A esta espada se le atribuían poderes mágicos, y
Arturo la utilizó en su lucha contra los invasores sajones, ganándose el
respeto y la admiración de sus súbditos,
que lo convirtieron en toda una leyenda, como el Rey guerrero más valiente de
la historia de Britania.
El
destino hizo que conociera a la bella Ginebra y se enamorara de ella convirtiéndola en su esposa y su Reina. Y como
en aquella época la corte no tenía ubicación fija, sino que se trasladaban a distintos castillos según la estación del año, Arturo y Ginebra comenzaron la
construcción de la que sería su fantástica residencia: el castillo de Camelot en
la actual Cadbury Hill, en el condado de Somerset y al lado de Glastonbury, para
estar cerca de Morgana y de Merlín, así como de sus mágicos antepasados.
También de la madre de Arturo, Igraine, quien a la muerte de su amado Uther se apartó
de la vida de la corte, retirándose a un convento de monjas cristiano cerca de
la Isla de Avalón.
En
Camelot, junto a su grupo de fieles amigos a quienes nombró “Caballeros”, creó
la “Tabla Redonda” alrededor de la cual tomaban sus decisiones y gobernaban su reino.
Los Caballeros tenían que demostrar su valor
su lealtad y pureza de corazón
para ganarse su puesto en la Mesa. Y muchos fueron los que la
compartieron con el Rey Arturo.
Pero la
auténtica raíz de este fantástico personaje
de finales del siglo V y comienzos del VI
está en Tintagel, cuyos muros y ruinas
estábamos visitando y reviviendo, como si todavía se escucharan los cuernos de alerta
y
el ruido de las espadas con las que se entrenaban los soldados en el patio de armas.
Podíamos
oler el humo de las velas y antorchas
que iluminaban aquellos pasillos y a lo lejos escuchar los juegos de aquel niño
Arturo cuyos gritos y risas se mezclaban con el rumor de las olas que morían en
la playa a los pies del castillo, donde están las Cuevas de los Merlines, unas
grutas en la montaña en las que tenían lugar las iniciaciones druídicas.
Estábamos
deseosos de conocerlas y una vez que terminamos de recorrer el castillo,
bajamos no sin dificultad por aquellos empedrados caminos, hasta la Gruta de Merlín. Esta
cueva, según nuestro amigo Drew, no está demostrado que fuera el lugar que Merlín utilizaba para sus iniciaciones, pero
si que es cierto que encontrándose debajo del castillo y siendo Merlín el ayo y el instructor de Arturo, lo
más probable es que el punto de iniciación en las tradiciones sagradas del
futuro Rey, fueran estas grutas.
Recorrimos
la más grande antes de que subiera la
marea, y nos pareció un lugar espectacular, con dos entradas, una de ellas bañada por las olas, y que en cierto momento
del día, quedaba inundada. Cogimos unas piedras, (las piedras
nos han acompañado durante nuestro viaje), por las que una vez más, me gané el apelativo
de “pajarera”, porque según Daniel eran simples cantos rodados que se
encuentran en todas partes. Seguía faltándole la fantasía y me tomaba el pelo,
pero poco a poco lograría traerlo a mi mundo de hadas, pues estaba en el buen
camino. Paseamos por la pequeña cala sobre la que cae una cascada de agua cristalina que
rompe en el mar.
Gruta de Merlín
Luego,
como si estuviéramos atravesando un túnel del tiempo y con la máquina
fotográfica repleta de recuerdos y de imágenes, comenzamos nuestra
ascensión hasta la entrada del camino,
no sin antes visitar la tienda de recuerdos donde comprar mis jarritos y las
señales de libro. Yo miraba las espadas expuestas, pero pensamos que traernos
una réplica de Excalibur iba a ser muy difícil de pasar con la compañía aérea
en que viajábamos. Así es que desistimos de la romántica idea.
Nos
fuimos a comer un pescado fresco de aquella
zona en un restaurante del centro y como comenzaba a llover más fuerte,
regresamos a descansar a The Avalón, donde nos bebimos un reconfortante té de
la bandeja repleta de viandas que Julie nos dejaba cada día en la habitación.
Pero
las aventuras no habían terminado porque nos faltaba por vivir otra cita
literaria. Esta vez era con Daphne du Maurier
y su “Jamaica Inn” o “La Posada de Jamaica”, novela que la autora escribió
durante su estancia en aquel lugar, y que posteriormente, fue llevada al cine por Alfred Hitchcock.
Narra una historia de
piratas y contrabandistas que cubriendo los faros y las luces de la
costa, hacían naufragar los barcos que
pasaban por las tenebrosas aguas, arrastrándoles
hasta las rocas contra las que se estrellaban provocando terribles naufragios. Luego robaban
y asesinaban a sus tripulantes llevándose un buen botín que compartían con
personajes importantes del lugar. Pero es mejor leer la historia que es
muy interesante.
Antes
del anochecer y lloviendo, cogimos el coche, no sin las protestas de Daniel que
debía conducir en malas condiciones y
por unas carreteras peligrosas, para ir a cenar a la famosa posada.
Sin
equivocarnos de camino, y con paciencia encontramos el lugar y aparcamos bajo
la lluvia para descubrir otro sitio mítico.
La
posada muy restaurada, conserva sus
placas en las paredes, recordando a la famosa escritora y su no menos conocida
historia.
Tomamos
una cerveza recreando con el pensamiento las escenas de piratas que se
escondían amenazadores tras los muros.
No había mucha gente debido a la noche de lluvia y viento tan auténtica y novelesca, que transportaba siempre nuestra imaginación a los faros y a
los barcos del relato.
Como
hacía fresquito, nos tomamos la sopa
de tomate y verdura de Cornualles, a la
que le hemos tomado afición. Nos hicimos fotos divertidas y a una hora
prudencial regresamos a Tintagel, ya que no quería que Dani condujera por
aquellas carreteras entre bosques, mal iluminadas y mal señalizadas. Sobre
todo, con el pavimento mojado por la fuerte lluvia.
Volvimos
a nuestro B&B y tras la ducha, el té de cada noche con Galletas Chiquilín,
que había llevado en la maleta porque le
gustan mucho a Dani, nos dormimos como ángeles.
Otra
emocionante jornada había terminado.
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