Camino de Avalón -Página 3

                             Camino de Avalón
          Un viaje personal al mítico Reino de Arturo


En  la que sería nuestra cuarta jornada de viaje, madrugamos por supuesto con la cotidiana  niebla, y tras el desayuno y despedirnos de nuestros anfitriones y sus mascotas, escuchamos las explicaciones  de Drew del lugar donde estaba Camelot, muy cerca de Glastonbury, pero en dirección contraria a nuestro destino,  o sea que decidimos  visitarlo a la vuelta  entrando en Cadbury Hill para disfrutar con tranquilidad de la planicie circular en lo alto del monte donde estuvo el Reino de Arturo.

Dejamos tras de nosotros las nieblas y continuamos carretera hacia Tintagel, el  otro  importante  punto Artúrico.
De camino, nos acercamos al pueblo de  Clovelly  porque que queríamos ver sus acantilados. Llegamos al lugar que ahora es una  especie de ciudad de vacaciones en la que se paga entrada. El pueblo está situado en la Península de Hartland en el condado de Devon y es un lugar pintoresco en la falda del monte y con unas calles empinadísimas que bajan hasta el puerto y la playa. Sus alrededores son altos y tremendos  acantilados  emergen del agua, un paisaje habitual en aquella parte de Inglaterra, pues estábamos en la puerta de Cornualles, en plena costa Atlántica.

                                              Clovelly






Durante la excursión  degustamos las típicas y enormes  “Pasties de Cornualles” unas empanadillas riquísimas con distintos rellenos para todos los gustos. Las comimos  por la calle mientras paseábamos fotografiando los  coloristas  rincones y subíamos de nuevo la  pedregosa cuesta, pero como todavía teníamos apetito, entramos en un restaurante a tomar la conocida sopa de tomate y verduras. Como soy golosa, también pequé con un dulce  de  crema y frutas. Por la calle acariciamos a los famosos “Donkeys” los burritos de Clovelly usados para el transporte en  las pendientes calles y que felices comían su pienso dejándose retratar por los turistas. Son simpatiquísimos y a mí que me gustan tanto los burros me enamoraron.
También  hubo un detalle que nos causó una grata sorpresa. Como son muchos los ingleses que viajan con sus perros, debido al  amor que profesan a sus mascotas, en la puerta de cada casa o restaurante, había cubos con agua para que los animales pudieran beber durante su  viaje o su paseo. Tanto Daniel como yo pensamos ¿cuando sucederá algo así en España?  A ver si cunde el ejemplo lo antes posible.
No perdimos mucho tiempo en el pueblo porque queríamos llegar hasta los primeros cliffs que como gigantes sobre el mar abrían las  puertas de Cornwall, pero  allí nos esperaba una pequeña aventura. Tras aparcar el coche y recorrer un largo camino que nos acercaba de nuevo a la costa, cuando quisimos atravesar un prado en el que pastaba un rebaño de  vacas vigiladas por un toro, (éstos animalitos  nos han acompañado todo el viaje y no sería la última vez que tuviéramos una aventura con ellas) comenzaron a acercarse a nosotros no con muy buenas intenciones. A mi me dio miedo el que pudieran  darnos un golpe y tirarnos al suelo. No podíamos hacernos daño yendo de viaje, pero mi pavor fue en aumento cuando me fijé  que el toro, con la testuz baja y las patas delanteras  juntas  nos miraba con muy mal aspecto, decidí que había que parar y dar la vuelta. No había otro camino y nos lo habían cerrado. Daniel estaba de acuerdo pues no queríamos medir nuestras fuerzas con el ganado y tampoco queríamos correr, así que volvimos al coche y seguimos camino a Tintagel, donde llegamos todavía con buena luz y una fina llovizna.
Nuestro B&B  era “The Avalón” encima de los acantilados y el Castillo de Tintagel, el lugar donde nació Arturo.






                                         Tintagel





Una vez que nos acomodamos  salimos a conocer la pequeña ciudad. Pero antes nos esperaba otra excursión. Llegamos caminando hasta una ermita cerca del mar,  rodeada de un antiguo y tranquilo cementerio poblado de cruces de piedra celtas. Aprovechamos la luz que comenzaba a bajar y dimos un paseo bordeando los cliffs   y preparando lo que al día siguiente sería nuestra visita más importante: el Castillo  de Igrain y Uther  Pendragón y la Cueva de Merlín.
El paseo fue estupendo, acompañados del fuerte viento del Océano Atlántico cuyas olas se estrellaban a nuestros pies al fondo del acantilado.
Después encontramos  un  pub  con una decoración muy medieval situado en el centro de la  pequeña ciudad, donde tomamos nuestras diarias cervezas. Yo seguí con mi Guiness pero a Dani le gustaba probar  nuevas marcas, sobre todo las locales.



 Callejeamos un poco y compramos unas postales pero ya casi no había luz y  como las ciudades inglesas se quedan desiertas con el encendido de las primeras luces artificiales,  pensamos que sería mejor volver a cenar al B&B y disfrutar de sus acogedoras instalaciones.
Además, teníamos que descargar todas las fotografías en el portátil como hacíamos cada noche. Y  si no nos vencía el sueño, nos veríamos una película para relajarnos. Claro que con el wifi que encontrábamos siempre, Daniel se comunicaba con sus amigos para contarles las impresiones del día.  








Amaneció nuestro quinto día por tierras de Britania y amaneció nublado, con amenaza  de lluvia. No nos asustamos por ello pues en estas tierras  la lluvia es lo habitual, o sea que nos dedicamos a degustar el famoso desayuno de Cornualles, zumo variados,  un  bacon riquísimo, salchichas, verduras y huevos revueltos o  en  forma de tortilla que comió Dani. Tostadas con distintas mermeladas  para acompañar el  café o  el té y frutas rojas naturales. Como es natural, estábamos rebosantes  de comida, así que había que comenzar a andar.

Seguimos el camino que nos llevaría a la cima del acantilado del Castillo de Tintagel. Una subida tremenda con unos tortuosos caminos empedrados y  húmedos, alternados por altas escaleras a las que no estoy muy acostumbrada, o sea que me costó un poco llegar ante las risas de Daniel que me acusaba de llevar una vida demasiado sedentaria. Claro que él es corredor de maratón y parece que lleva siempre puestas las botas de las siete leguas. Mis kilos y yo, teníamos  que luchar para no caerme y abrirme la cabeza, haciéndome una herida de campaña al estilo del  siglo V, a lo que los antiguos moradores de Tintagel estaban acostumbrados.








Mi sacrificio tuvo su premio como casi siempre que se hace una cosa con devoción e ilusión, porque llegamos los primeros al histórico recinto y tuvimos todo el castillo para nosotros.
Del antiguo recinto solo quedan las ruinas ya que fue destruido por las invasiones sajonas. En los siglos V y VI la playa y la zona baja del acantilado, formaban el puerto que usaban  tanto para carga y descarga como para defenderse de los ataques de sus invasores.
 La ubicación es fantástica, dominando el Océano. El trazado de lo que fueron salones, habitaciones, patio de armas, cuadras  está muy bien delimitado y se ve que la construcción tuvo que ser de piedra y madera como corresponde a la que llaman época oscura.  En una gran parte del lugar el pavimento es el original y está muy bien conservado.
Las vistas son maravillosas y tuvo que ser una fortaleza difícil de alcanzar y de atacar sobre todo, debido a la dificultad del acceso a la misma.
Pero lo más hermoso es su historia  ya que  allí fue concebido y tuvo lugar el nacimiento del Rey Arturo.
 Entre aquellas piedras, Igraine, hermana de la Señora del Lago y  casada con Gorlois, Duque de Cornualles, con quien tuvo dos hijas, siendo la más conocida Morgana le Fay, conoció a Uther Pendragón y ambos se enamoraron, pero Igraine no quería traicionar a su esposo y se apartó del Rey Uther. Sin embargo, el Rey  que estaba  muy enamorado de ella, junto con Merlín y con la complicidad de la Dama del Lago, urdieron un plan para que Igraine yaciera sin saberlo con Uther, con la condición de que el  hijo que concibiera, fuera  educado por el mismo Merlín  en la tradición céltica, porque en un futuro, se convertiría en el Rey de Britania.
Uther mató a Garlois  en batalla  y antes de que llegara la noticia a la corte,  con  el aspecto y la figura de Garlois, penetró en el castillo de Tintagel y tomó a  Igraine quien pensaba que era con su esposo con quien compartía el lecho.
De esta unión nació Arturo, bajo el estandarte del Dragón. Y tanto Igraine como su padre Uther vivieron felices en la corte de Tintagel, hasta la muerte del Rey por la herida de una espada sajona, sucediéndole Arturo.


















Paseando entre aquellas ruinas, lo imaginaba de niño, corriendo por las almenas y por los  peligrosos caminos, jugando con sus hermanas y aprendiendo a luchar, ya que con  los años se convirtió en un valiente guerrero que mereció ser el primer Rey de Britania,
Siempre con los cuidados y la instrucción de su ayo, el Druida Merlín, quien lo inició en los poderes del ocultismo y de la magia del Lago.
Le fue entregada la famosa espada Excalibur  que según unas  tradiciones  Arturo extrajo de una piedra,  y según otras le fue entregada directamente por la Señora del Lago,  salida de las profundidades de la tierra  y forjada en los misterios de Avalón. A esta espada se le atribuían poderes mágicos, y Arturo la utilizó en su lucha contra los invasores sajones, ganándose el respeto y la admiración  de sus súbditos, que lo convirtieron en toda una leyenda, como el Rey guerrero más valiente de la historia de Britania.
El destino hizo que conociera a la bella Ginebra  y se enamorara de ella  convirtiéndola en su esposa y su Reina. Y como en aquella época la corte no tenía ubicación fija, sino que se trasladaban a distintos castillos según la estación del año, Arturo y Ginebra comenzaron la construcción de la que sería  su  fantástica residencia: el castillo de Camelot en la actual Cadbury Hill, en el condado de Somerset y al lado de Glastonbury, para estar cerca de Morgana y de Merlín, así como de sus mágicos antepasados. También de la madre de Arturo, Igraine, quien a la muerte de su amado Uther se apartó de la vida de la corte, retirándose a un convento de monjas cristiano cerca de la Isla de Avalón.

En Camelot, junto a su grupo de fieles amigos a quienes nombró “Caballeros”, creó la “Tabla Redonda” alrededor de la cual tomaban sus decisiones y gobernaban su reino. Los Caballeros tenían que demostrar su valor  su lealtad y pureza de corazón  para ganarse su puesto en la Mesa. Y muchos fueron los que la compartieron con el Rey Arturo.













Pero la  auténtica raíz de este fantástico personaje de finales del  siglo V y comienzos del VI está en Tintagel,  cuyos muros y ruinas estábamos visitando y reviviendo, como si todavía se escucharan los cuernos de alerta  y  el ruido de las espadas con las que se entrenaban  los soldados en el patio de armas.
Podíamos oler  el humo de las velas y antorchas que iluminaban aquellos pasillos y a lo lejos escuchar los juegos de aquel niño Arturo cuyos gritos y risas se mezclaban con el rumor de las olas que morían en la playa a los pies del castillo, donde están las Cuevas de los Merlines, unas grutas en la montaña en las que tenían lugar las iniciaciones druídicas.

Estábamos deseosos de conocerlas y una vez que terminamos de recorrer el castillo, bajamos no sin dificultad por aquellos  empedrados caminos, hasta la Gruta de Merlín. Esta cueva, según nuestro amigo Drew, no está demostrado que fuera el lugar que  Merlín utilizaba para sus iniciaciones, pero si que es cierto que encontrándose debajo del castillo y siendo  Merlín el ayo y el instructor de Arturo, lo más probable es que el punto de iniciación en las tradiciones sagradas del futuro Rey, fueran estas grutas.
Recorrimos la más grande antes  de que subiera la marea, y nos pareció un lugar espectacular, con dos entradas, una de ellas  bañada por las olas, y que en cierto momento del día, quedaba inundada. Cogimos unas piedras, (las  piedras  nos han acompañado durante nuestro viaje),  por las que una vez más, me gané el apelativo de “pajarera”, porque según Daniel eran simples cantos rodados que se encuentran en todas partes. Seguía faltándole la fantasía y me tomaba el pelo, pero poco a poco lograría traerlo a mi mundo de hadas, pues estaba en el buen camino. Paseamos por la pequeña cala sobre  la que cae una cascada de agua cristalina que rompe en el mar.

                                                Gruta de Merlín












Luego, como si estuviéramos atravesando un túnel del tiempo y con la máquina fotográfica repleta de recuerdos y de imágenes, comenzamos nuestra ascensión  hasta la entrada del camino, no sin antes visitar la tienda de recuerdos donde comprar mis jarritos y las señales de libro. Yo miraba las espadas expuestas, pero pensamos que traernos una réplica de Excalibur iba a ser muy difícil de pasar con la compañía  aérea  en que viajábamos. Así es que desistimos de la  romántica idea.

Nos fuimos a comer un pescado fresco de  aquella zona en un restaurante del centro y como comenzaba a llover más fuerte, regresamos a descansar a The Avalón, donde nos bebimos un reconfortante té de la bandeja repleta de viandas que Julie nos dejaba cada día en la habitación.

Pero las aventuras no habían terminado porque nos faltaba por vivir otra cita literaria. Esta vez era con Daphne du  Maurier y su “Jamaica Inn” o “La Posada de Jamaica”, novela que la autora escribió durante su estancia en aquel lugar, y que posteriormente,  fue llevada al cine por Alfred Hitchcock.
 Narra una  historia  de  piratas y contrabandistas que cubriendo los faros y las luces de la costa, hacían naufragar los barcos  que pasaban por las  tenebrosas aguas, arrastrándoles hasta las rocas contra las que se estrellaban  provocando terribles naufragios. Luego robaban y asesinaban a sus tripulantes llevándose un buen botín que compartían con personajes importantes del lugar. Pero es mejor leer la historia que es muy  interesante.





Antes del anochecer y lloviendo, cogimos el coche, no sin las protestas de Daniel que debía  conducir en malas condiciones y por unas carreteras peligrosas, para ir a cenar a la famosa posada.
Sin equivocarnos de camino, y con paciencia encontramos el lugar y aparcamos bajo la lluvia para descubrir otro sitio mítico.
La posada  muy restaurada, conserva sus placas en las paredes, recordando a la famosa escritora y su no menos conocida historia.




Tomamos una cerveza recreando con el pensamiento las escenas de piratas que se escondían  amenazadores tras los muros. No había mucha gente debido a la noche de lluvia y viento  tan auténtica y novelesca, que transportaba  siempre nuestra imaginación a los faros y a los barcos del relato. 
Como hacía fresquito, nos tomamos  la sopa de  tomate y verdura de Cornualles, a la que le hemos tomado afición. Nos hicimos fotos divertidas y a una hora prudencial regresamos a Tintagel, ya que no quería que Dani condujera por aquellas carreteras entre bosques, mal iluminadas y mal señalizadas. Sobre todo, con el pavimento mojado por la fuerte lluvia.
Volvimos a nuestro B&B y tras la ducha, el té de cada noche con Galletas Chiquilín, que había llevado  en la maleta porque le gustan mucho a Dani, nos dormimos como ángeles.
Otra emocionante jornada había terminado. 





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